04 septiembre 2011


Pero en un mundo dislocado por el individualismo, la ganancia y el consumo, la pérdida de sentido de la vida, la disolución de los lazos sociales, donde el terror sigue trabajando en silencio los espacios conquistados por la muerte, y los cuerpos asesinos están entre nosotros como amenazas impunes, ¿qué sentido tienen el recuerdo, el coraje, la memoria, si no tienen un cuerpo imaginario colectivo para hacerle frente y resistirle?/ Recordar implica aproximar el horror de lo distante hasta convertirlo en próximo, traerlo a la memoria como imagen presente, darle sentido a su existencia pasada en lo que ahora vivimos. Significa entonces poner al desnudo la internacional de la muerte y del horror que está implantada en el mundo. La máquina para producirnos como seres sin memoria, puro olvido que el instante agota, disemina el terror en lo cotidiano, lo torna invisible en su presencia repetida por todas partes, se infiltra como imagen normalizada en los granos menudos de la vida cotidiana: lo convierte en banal, como decía Hannah Arendt del genocidio nazi burocratizado. La muere: una forma cotidiana de su ejercicio y de su permanencia. Su efecto individual: no ver ni sentir al otro que la sufre, excluirse del conjunto para ponerse a salvo, porque nunca es a uno a quien le toca. Su resultado colectivo: una sociedad pusilánime y tonta. (León Rozitchner)