02 octubre 2006


Para descalificar una reflexión mía, dice que pienso como un viejo. Supone que ser viejo es algo que lo desmerece a uno, que le quita a su palabra posibilidades de consideración seria. Y, a la vez, me insta a que finja ser lo que no soy, a hablar –y quizá a pensar– como si fuera otro. ¿Para qué? ¿Para que me escuche quién? ¿A quién le puede interesar ser escuchado por gente que pone semejantes condiciones a un discurso?