30 mayo 2010


En el periodismo argentino se escribe cada vez peor. Y se dice peor todavía. No vengan con las excepciones. La buena sintaxis es una aspiración de museo. La gramática sufre horrores. La pobreza expositiva da calambres. La economía expresiva de los medios audiovisuales se transformó en lenguaje grasa y la transcripción de las entrevistas en un trámite que no atiende contornos. Los sinónimos están muertos o en terapia intensiva. Se le falta el respeto al lector, al oyente y al televidente. Cualquier cronista cubre cualquier nota. Y por más que uno revise si acaso no incurre en una defección melancólica, incapaz de apuntar los cambios suscitados en los modos de expresarse, se responde que la simplicidad y lo bruto no tienen por qué llevarse bien. ¿No tenemos nada que decirnos, los periodistas, sobre qué nos pasó? Los más grandecitos, sobre todo. ¿Cuándo fue que nos acostumbramos a la mediocridad? ¿Habrá sido cuando no nos dimos o quisimos darnos cuenta de que los multimedios, y después las megacorporaciones que entre otros negocios operan multimedios, significaban un discurso único? ¿Cómo fue que terminó dándonos lo mismo lo que viniera? (Eduardo Aliverti)