30 noviembre 2013


Hace tiempo escribí que la poesía es el intento de preguntarle a las palabras qué somos. Esto responde, quizás imprecisamente, a la pregunta acerca de quien habla en el poema: ante nuestros requerimientos, hablan palabras previamente resignificadas por el poeta. Todo poeta escribe, en   primera instancia, para sí mismo; y, por añadidura, para el poeta que se sospecha hay en cada lector. La lectura de la poesía tiene rasgos distintivos, pues en ella no hay trama, argumento o tema. Uno se juega allí lo mejor que tiene sin apelar a recursos ajenos a la palabra misma: compromete todo su ser en ese acto. El lector re-crea, re-escríbe el poema; por consiguiente, en un mismo texto conviven tantos poemas como lectores-poetas: leer en profundidad es dar vida propia y singular a ese organismo que el poeta ha creado para que hable con nosotros. Y en ello reside la suprema fraternidad de la poesía: potencialmente, un mismo texto ofrece identidad a cada hombre en particular, es decir, a todos los hombres. Un poeta es alguien que, al escribir para sí, escribe para todos. (Guillermo Boido)