13 enero 2007


La utilidad pública es hacer un cierto paso al costado a la problemática de la eficiencia. No somos los psicoanalistas los únicos que decimos que el supuesto énfasis en la eficacia, siempre a corto plazo, arruina la perspectiva del largo plazo. En la economía hemos visto cómo todo el acento puesto en considerar los efectos a corto plazo, el rendimiento supuestamente eficaz, produce efectos de destrucción a largo plazo que después necesitan, por ejemplo, la invención de conceptos como el de desarrollo durable. La necesidad de reintroducir el largo plazo es resultado de esta ideología ciega de considerar la eficacia en términos de poca duración. Efectivamente nuestra época pragmática pide dar cuentas de lo útil de algo, lo útil es el valor que aparece en primer plano, pero al mismo tiempo nuestra época construye industrias de lo fútil de muchas cosas. Vemos como hay toda una zona de lo inútil, de lo que sirve sólo para gozar, que se multiplica. La industria del show-bussiness en todos los aspectos, de la moda, son industrias que sirven a lo que no tiene otra utilidad que para gozar, con todo lo que hay de inutilidad fundamental en el gozar. No sirve de nada gozar, pero es una exigencia. El psicoanalista –desde que Freud nos introdujo a la dimensión de lo que llamó pulsión de muerte– sabe que todos los discursos sobre el bien, sobre lo útil, sobre la búsqueda de bienestar, tienen debajo lo que puede tomar la forma de una voluntad mala que actúa contra las buenas intenciones del sujeto.
Todo lo que quiere hacer bien al final encuentra un caos total, como podemos ver en muchos aspectos de nuestra civilización, fundada en lo pragmático, lo útil, etc., y con todo esto nos fabrican un Irak para sorpresa general. Todo estaba muy bien calculado, habían aprendido todas las lecciones de Vietnam, de cómo no se iba a repetir eso y de pronto se ingresa en una catástrofe. Es la razón por la cual cuando frente a los discursos sobre estos cálculos fantásticos de la utilidad se ven los quiebres en los mercados, se observan derrumbes fatales en las economías de países enteros, se ven guerras, surgimientos de amenazas mortíferas como el terrorismo que apareció como sorpresa dentro de la civilización aparentemente unificada después de la caída del muro de Berlín, con todo esto tenemos la idea que la civilización de lo útil produce monstruos extraños. (…)
Para enfrentarnos a estos acontecimientos reales que se producen, el discurso de la utilidad se apoya especialmente en la retórica de la evaluación. Esto no alivia al sentimiento que todo el mundo tiene acerca de que hay algo de la globalización que se va de las manos de los que están a cargo. Hay cosas que van mucho más allá de lo que podían calcular, imaginar, prever en eficacia a corto plazo, y que los resultados de la bolsa del próximo trimestre probablemente no nos digan mucho sobre lo importante de lo que va a surgir el año que viene. Sabemos que podemos construir dispositivos para dialogar con los que se sienten obligados a encarar la exigencia de lo útil –que no pueden dar una subvención a un centro de atención analítica si no demuestra su utilidad– pero sin perder de vista que esto es un semblante, que la retórica autoritaria de la evaluación más bien testimonia de la angustia de los que nos dirigen, que hacen lo que pueden pero con el sentimiento de que las cosas se les escapan.
(Eric Laurent)