13 enero 2010


Debemos saltar por encima de ese determinismo que nos asfixia sin perder de vista la dialéctica, muy argentina, entre catástrofe y esperanza, entre sueño utópico y realismo destructivo. En nuestra experiencia de los extremos, como diría Walter Benjamin, se encuentra el secreto de nuestra “verdad”, la iluminación de las oscuridades de un itinerario histórico extraordinariamente complejo y laberíntico. Leer los extremos, comprender esos permanentes deslizamientos hacia los contrarios, significa penetrar en los rasgos de esas tremendas oscilaciones que han marcado el ánimo argentino. Tal vez allí radique nuestra imposibilidad de permanecer impasibles ante el escándalo de la pobreza y la persistencia de la desigualdad; quizás ese sea uno de los motivos de lo específico de una historia atípica en la que el pasado sigue reclamándole al presente, imposibilitando que la lógica del olvido contribuya al definitivo despliegue de aquellas políticas dispuestas a inventar otra sociedad sustentada en el borramiento de lo mejor de nosotros mismos. Como si el recuerdo, persistente, de otro tiempo argentino –interrumpido violentamente por los poderosos de siempre– en el que la equidad y la distribución de la riqueza constituyeron experiencias materiales del pueblo, siguiera haciendo lo suyo y alimentando el caudaloso río de las demandas de igualdad y justicia social que no han dejado de habitarnos. (Ricardo Forster)