27 junio 2010


“Soberbia”: réplica que les viene a la boca a ignorantes y mediocres cuando alguien pone a la vista que están aferrados a la celebración del vestuario de un rey desnudo. Y es cierto: es pecado de soberbia intentar un intercambio con los que eligieron la imbecilidad, suponer que uno tiene la mágica palabra esclarecedora y que la van a aceptar. Hasta qué punto hay que ser estúpidamente soberbio para suponer que uno va a horadar esa protectora cubierta bajo la que subsisten gozosos, embelesados, cómodos. Hasta qué punto uno se adjudica misiones y derechos que nadie le encargó y que una ridícula soberbia le hace creer que tiene que salir a ejercerlos, como si, lastimosamente, se creyera un héroe o un dios. Paga los costos por no aceptar que la vida es la vida, y se lo merece, y, si fuera capaz, pediría disculpas, sin esperar que se entiendan sus motivos, sólo para aliviar la ofensa de aquellos hacia los que mostró desprecio. Es el miedo a exponer su propia imbecilidad lo que le impide hacerlo.