Nos persignábamos ante Lenin, viejo. Él era nuestro santo./ Creíamos… sí que creíamos. La revolución estaba llena de dioses./ Ahora que dejé de creer me doy cuenta de lo importante que eran aquellas adoraciones. Quizá este frío que siento, este desamparo, ese hueco ciego que se me instaló en el pecho, esto sí sea ateísmo. ¿Será?/ Si al menos me hubiera convertido en otra cosa…/ Pero no… Fue un salto a la nada en busca de un imaginario renacimiento. (Jorge Sigal, en El día que maté a mi padre. Confesiones de un ex comunista)