09 junio 2009


(In memoriam D.M.) La muerte es lo verdadero, nada más verdadero que la muerte. No puedo entender esta muerte, no me alcanza el entendimiento para eso, pero algo que con ella me estás dando –eso alcanzo a percibirlo– es el encuentro con lo verdadero: no hay posibilidad de estupidez ni de impostura en esta escena irrumpida de golpe en el día indescriptible, hay un absurdo esencial, un golpe que habrá que ir asimilando muy despacio porque por ahora ni siquiera duele, y la evidencia de la pequeñez y el ridículo de tantas cosas que tantas veces vos y yo dijimos que son pequeñas y ridículas pero sabiendo que lo decíamos sólo para exorcizarlas porque en el fondo seguíamos pegados a ellas, viciosamente dependientes de ellas, pero que ahora, puestas frente a tu muerte, qué poco son, de qué modo se revela su condición de pura chafalonía o pretexto para quedarse uno enredado en la nadita entretenida y sustituta. Me hacés nacer de nuevo, en cierto modo, al morirte, ¿puedo agradecerte eso, como te estoy agradecido por tantos buenos momentos de alegría que supe que era posible vivir gracias a vos?