Permítanme decirles: hay un oficialismo invertido, impalpable, que se llama “oposición” y que pertenece a un almácigo de poderes globalizados. No gobiernan por medios tradicionales sino por los invisibles rezos laicos de una Inquisición que imparte reglas de etiqueta y simbolismos de coerción universal. En cambio, los pobres gobiernos que comienzan a incomodar cuando muchas de sus partes albergan significaciones novedosas y socialmente imaginativas ven desencadenar en su contra la acción mancomunada de un ejército de sabuesos semiológicos del “vigilar y castigar”./ Son ellos los oficialistas de época, que atacan más a los moderados esfuerzos reparadores de los gobiernos populares que a los parapetos de mando total de un tiempo que sienten suyo. Se molestan por el titilante memorial boliviano de Evo Morales o la sincera pasión agonal del ecuatoriano Correa, pero ponen ceño de sentida admiración ante una gárgara amenazante de Prat Gay o algún lance de guionada, arrasadora obviedad de Sor Gabriela Michetti. Saben que allí, en esas puerilidades para sus públicos cautivos, residen verdaderamente los nervios económicos diversificados del horizonte planetario, las mutaciones tecnológicas que producen grandes cuadros de dominación, la fábrica burocrática de las imágenes seriales./ Son ellos, los oficialistas de un pensamiento mundial con sus alas de derecha y de izquierda. El panorama mundial es poco alentador, y en las recientes elecciones europeas triunfó un oscuro pánico y la indiferencia pusilánime. ¿Se podía esperar otro resultado? Se renuevan sorprendentes operaciones simbólicas de control tecnológico masivo, mientras estilos visibles de ópera bufa y folletín embuchan lo político. Escuchen: somos opositores a eso. (Horacio González)
28 junio 2009
Permítanme decirles: hay un oficialismo invertido, impalpable, que se llama “oposición” y que pertenece a un almácigo de poderes globalizados. No gobiernan por medios tradicionales sino por los invisibles rezos laicos de una Inquisición que imparte reglas de etiqueta y simbolismos de coerción universal. En cambio, los pobres gobiernos que comienzan a incomodar cuando muchas de sus partes albergan significaciones novedosas y socialmente imaginativas ven desencadenar en su contra la acción mancomunada de un ejército de sabuesos semiológicos del “vigilar y castigar”./ Son ellos los oficialistas de época, que atacan más a los moderados esfuerzos reparadores de los gobiernos populares que a los parapetos de mando total de un tiempo que sienten suyo. Se molestan por el titilante memorial boliviano de Evo Morales o la sincera pasión agonal del ecuatoriano Correa, pero ponen ceño de sentida admiración ante una gárgara amenazante de Prat Gay o algún lance de guionada, arrasadora obviedad de Sor Gabriela Michetti. Saben que allí, en esas puerilidades para sus públicos cautivos, residen verdaderamente los nervios económicos diversificados del horizonte planetario, las mutaciones tecnológicas que producen grandes cuadros de dominación, la fábrica burocrática de las imágenes seriales./ Son ellos, los oficialistas de un pensamiento mundial con sus alas de derecha y de izquierda. El panorama mundial es poco alentador, y en las recientes elecciones europeas triunfó un oscuro pánico y la indiferencia pusilánime. ¿Se podía esperar otro resultado? Se renuevan sorprendentes operaciones simbólicas de control tecnológico masivo, mientras estilos visibles de ópera bufa y folletín embuchan lo político. Escuchen: somos opositores a eso. (Horacio González)