Para él, como para muchos de nosotros, el kirchnerismo implicó una anomalía, aquello loco e inesperado que venía, junto con otros procesos abiertos en Sudamérica, a quebrar la inercia de la repetición neoliberal, a romper la monotonía insoportable de la larga siesta del fin de la historia proclamada a los cuatro vientos por la retórica de la dominación. Sus ensayos sobre el populismo, su intento de volver a abrir la caja de Pandora de una tradición bombardeada por las nuevas formas del virtuosismo republicano vinieron a expresar su convicción, forjada entre lecturas eruditas de matriz benjaminiana y de experiencias políticas efectivamente vividas en otras épocas argentinas, de que la querella en torno del populismo, de sus herencias y legados sería una de las grandes batallas cultural-políticas del presente. Remoción de los escombros de una tradición que parecía regresar bajo nuevas e inéditas condiciones, apertura de un debate con aquellos que vulgarizaban de un modo insoportable lo que en los años sesenta y setenta había constituido una verdadera pasión argumentativa. Nicolás, como siempre aunque con las cicatrices de otras batallas, se movió contracorriente, dirigiendo sus dardos más críticos e irónicos contra un neoprogresismo fascinado con la retórica de un republicanismo seudovirtuoso y profundamente olvidado de los olvidados de la tierra; de un progresismo vaciado y fascinado por la llegada al puerto del libre mercado y de la democracia liberal. El vio en lo inaugurado en mayo de 2003 la posibilidad de la reintroducción desordenada y plebeya de la política y del conflicto en una escena devastada por la neobarbarie massmediática y el cualunquismo de los “filósofos de época” portadores del virtuosismo propio de los republicanos de Barrio Norte. (Ricardo Forster, sobre Nicolás Casullo)
11 octubre 2009
Para él, como para muchos de nosotros, el kirchnerismo implicó una anomalía, aquello loco e inesperado que venía, junto con otros procesos abiertos en Sudamérica, a quebrar la inercia de la repetición neoliberal, a romper la monotonía insoportable de la larga siesta del fin de la historia proclamada a los cuatro vientos por la retórica de la dominación. Sus ensayos sobre el populismo, su intento de volver a abrir la caja de Pandora de una tradición bombardeada por las nuevas formas del virtuosismo republicano vinieron a expresar su convicción, forjada entre lecturas eruditas de matriz benjaminiana y de experiencias políticas efectivamente vividas en otras épocas argentinas, de que la querella en torno del populismo, de sus herencias y legados sería una de las grandes batallas cultural-políticas del presente. Remoción de los escombros de una tradición que parecía regresar bajo nuevas e inéditas condiciones, apertura de un debate con aquellos que vulgarizaban de un modo insoportable lo que en los años sesenta y setenta había constituido una verdadera pasión argumentativa. Nicolás, como siempre aunque con las cicatrices de otras batallas, se movió contracorriente, dirigiendo sus dardos más críticos e irónicos contra un neoprogresismo fascinado con la retórica de un republicanismo seudovirtuoso y profundamente olvidado de los olvidados de la tierra; de un progresismo vaciado y fascinado por la llegada al puerto del libre mercado y de la democracia liberal. El vio en lo inaugurado en mayo de 2003 la posibilidad de la reintroducción desordenada y plebeya de la política y del conflicto en una escena devastada por la neobarbarie massmediática y el cualunquismo de los “filósofos de época” portadores del virtuosismo propio de los republicanos de Barrio Norte. (Ricardo Forster, sobre Nicolás Casullo)