12 marzo 2007


El árbol del conocimiento era el de la razón./ Por eso es que probarlo/ nos arrojó del Paraíso. Lo que había que hacer con ese fruto/ era secarlo y molerlo hasta obtener un polvo fino,/ para después usarlo de a una pizca por vez, igual que un condimento./ Probablemente Dios tendría planeado mencionarnos más tarde/ este nuevo placer./ Nos lo comimos hasta atragantarnos,/ llenándonos la boca de pero, cómo y si,/ y de pero otra vez, sin saber lo que hacíamos./ Es tóxico, en grandes cantidades: sobre nuestras cabezas/ y a nuestro alrededor el humo se arremolinaba,/ para formar una compacta nube que se fue endureciendo/ hasta hacerse de acero: un muro entre nosotros/ y Dios, Que era el Paraíso. (Levertov, por Zaidenwerg)