13 marzo 2007


No es que Dios no sea razonable; pasa que la razón/ en tal exceso era una tiranía,/ y nos aprisionó en sus propios límites, un calabozo de metal pulido/ que reflejaba nuestros propios rostros. Dios vive/ al otro lado de ese espejo,/ pero a través de la rendija en donde el cerco/ no llega justo al piso, logra colarse al fin:/ como una luz filtrada, como chispas de fuego,/ como una música que se oye, cesa de pronto/ y, de repente, se hace audible de nuevo. (Levertov, por Zaidenwerg)