18 abril 2009


al color de tu sueño levantado entonces, al horizonte que no conoce lenguas ni las requiere, al mar en que desaguan los estuarios./ A ese pueblo entero que marcha en ti, que rema en ti, y que se mezcla con mi pueblo. A todos los hombres que terminan en nosotros –como en un puerto– y a los hombres en que nosotros terminaremos./ A los que vuelven a ver por nuestros ojos (todos resucitan diariamente en nuestros ojos), a esas piedras que tocaron otras manos y que son la razón por la que te hablo./ […] A esa visión de nosotros mismos en que doblados sobre los flancos de los botes íbamos recogiendo cuerpos muertos. A la visión de esos cuerpos vueltos a la vida por el amor de nuestra memoria./ A los que hicieron de sus vidas obras de arte (los boteros del Yelcho) y que no están retratados en frescos porque es el firmamento su retrato./ A la piedad, al perdón. Al viento que perdona a las montañas y a las rompientes que perdonan a los roqueríos. Al Poema del Perdón escrito pensando en nosotros y en los que aún buscan a sus desaparecidos (están, créeme, están; no los ves pero están, no los oyes pero están)./ A los que ahora están en ti, a los que ahora lloran en ti, a los que hablan porque viven en ti./ En fin; a la soledad, al abandono, a todo lo precario e indefenso que habita desde siempre en nosotros porque es eso lo que creó el amor,/ y la necesidad de los amaneceres, de los bosques, de los pedazos de papel, de las hojas, de la luna, del cosmos, de los grandes poemas, de las marejadas. (Raúl Zurita)