al color de tu sueño levantado entonces, al horizonte que no conoce lenguas ni las requiere, al mar en que desaguan los estuarios./ A ese pueblo entero que marcha en ti, que rema en ti, y que se mezcla con mi pueblo. A todos los hombres que terminan en nosotros –como en un puerto– y a los hombres en que nosotros terminaremos./ A los que vuelven a ver por nuestros ojos (todos resucitan diariamente en nuestros ojos), a esas piedras que tocaron otras manos y que son la razón por la que te hablo./ […] A esa visión de nosotros mismos en que doblados sobre los flancos de los botes íbamos recogiendo cuerpos muertos. A la visión de esos cuerpos vueltos a la vida por el amor de nuestra memoria./ A los que hicieron de sus vidas obras de arte (los boteros del Yelcho) y que no están retratados en frescos porque es el firmamento su retrato./ A la piedad, al perdón. Al viento que perdona a las montañas y a las rompientes que perdonan a los roqueríos. Al Poema del Perdón escrito pensando en nosotros y en los que aún buscan a sus desaparecidos (están, créeme, están; no los ves pero están, no los oyes pero están)./ A los que ahora están en ti, a los que ahora lloran en ti, a los que hablan porque viven en ti./ En fin; a la soledad, al abandono, a todo lo precario e indefenso que habita desde siempre en nosotros porque es eso lo que creó el amor,/ y la necesidad de los amaneceres, de los bosques, de los pedazos de papel, de las hojas, de la luna, del cosmos, de los grandes poemas, de las marejadas. (Raúl Zurita)
18 abril 2009
al color de tu sueño levantado entonces, al horizonte que no conoce lenguas ni las requiere, al mar en que desaguan los estuarios./ A ese pueblo entero que marcha en ti, que rema en ti, y que se mezcla con mi pueblo. A todos los hombres que terminan en nosotros –como en un puerto– y a los hombres en que nosotros terminaremos./ A los que vuelven a ver por nuestros ojos (todos resucitan diariamente en nuestros ojos), a esas piedras que tocaron otras manos y que son la razón por la que te hablo./ […] A esa visión de nosotros mismos en que doblados sobre los flancos de los botes íbamos recogiendo cuerpos muertos. A la visión de esos cuerpos vueltos a la vida por el amor de nuestra memoria./ A los que hicieron de sus vidas obras de arte (los boteros del Yelcho) y que no están retratados en frescos porque es el firmamento su retrato./ A la piedad, al perdón. Al viento que perdona a las montañas y a las rompientes que perdonan a los roqueríos. Al Poema del Perdón escrito pensando en nosotros y en los que aún buscan a sus desaparecidos (están, créeme, están; no los ves pero están, no los oyes pero están)./ A los que ahora están en ti, a los que ahora lloran en ti, a los que hablan porque viven en ti./ En fin; a la soledad, al abandono, a todo lo precario e indefenso que habita desde siempre en nosotros porque es eso lo que creó el amor,/ y la necesidad de los amaneceres, de los bosques, de los pedazos de papel, de las hojas, de la luna, del cosmos, de los grandes poemas, de las marejadas. (Raúl Zurita)