10 agosto 2009


La ética se extingue cuando, lejos de ser la práctica de un poder, se circunscribe a limitar su ejercicio, delatándolo. La ética no es discurso aleccionador, más bien es por excelencia praxis, y ello remite a la raíz del vocablo, ya que ethos es costumbre depauperizada por la moral de los "valores". La separación entre ética y poder provoca la ineficacia de la ética y la deslegitimación creciente del poder. Es decir, una ética pura que no consienta en mezclarse con la conducción perece inevitablemente en la medida en que se divorcia del acto, y un poder sin ética es un poder sin autoridad. Podemos recordar aquí la observación de Lacan cuando dice que la impotencia para sostener una praxis se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un poder. La ética, pues, no es palabra vana; ella abreva en el accionar mismo, y la expropiación de este real es fundamental para entender el poder sin legitimidad de nuestros tiempos, ya que tal sustracción barre el suelo que le daría autoridad genuina. Un mundo en el que los semblantes proliferan y carecen de consistencia, ya que no tienen la vida que les daría anclaje. (Silvia Ons)