04 junio 2012


Pienso en la carne llagada de esos tus siervos, oh Dios mío./ También nosotros verteríamos nuestra sangre si la maceración se hiciera de pronto luz./ Pero atravesamos ciegos y torpes la cuerda floja que tiembla sobre el mar negro./ Nuestra sangre es anónima, fría y perecedera./ Esos tus siervos arrojaron sobre tu cuerpo oscuro sus treinta monedas de luz./ A nuestra semejanza te hemos creado, oh Dios mío./ Quizá tú también indagas en la oscuridad el fundamento de tu incierto destino,/ y por las noches, desnudo en tu reino, lloras una pena solitaria. (Juan José Saer)