22 diciembre 2014
Por supuesto que a veces –y este es el rasgo más preciso y horrible del totalitarismo- se presupone que los conflictos son intolerables y debe saldarse mediante la eliminación de uno de los contendientes para establecer una especie de armonía inmóvil. Las utopías suelen auspiciar ese mundo estático para siempre. Es el orden de la muerte, de la peor muerte porque simula que la vida continúa. El 1984 de George Orwell narra ese post-mundo, ese orden donde el poder penetra cada espacio hasta el extremo de no poder reconocerlo. Ese fin del mundo humano –la eliminación del conflicto– tiene dos claves: la construcción de un lenguaje sin espesor porque no hay espacio para la metáfora, y la imposición de una memoria única que impone un necesario presente. El poder se cierra en sí mismo. Me pregunto ahora si el mundo que habitamos, en un largo marchitarse, no empieza a parecerse a la ficción orwelliana. Héctor Schmucler