Incapaz de funcionar el control del televisor y comprobado que no era un problema de pilas, hubo que recurrir al control de la video, que en comparación con el del televisor es incómodo, lento y no puede hacer nada con el volumen del sonido, tampoco prender ni apagar. Había que reparar el control y fui: en tres días lo hicieron, me dijeron que había quedado nuevo, pagué y, bastante satisfecho, lo traje y funcionó bien hasta hoy, tres días después, en que se muestra tan inútil como hace casi una semana. Hay garantía, pero es sábado a la tarde, así que hasta el lunes por lo menos la perspectiva es otra vez la video y tener que levantarse de la cama para subir o bajar el volumen o apagar. Urgente, a comprar entonces un control universal, General Electric, precio aceptable, acá cerca en la farmacia (en tiempos de globalización venden controles remotos en las farmacias). Lindo, se adapta bien a la mano, la verdad que muy cómodo, el problema es que no funciona, al menos con este televisor. Algo que tiene que ver con códigos según creo entender, pero las instrucciones para poner el código me confunden más de lo que me aclaran, puede que sea un impedimento generacional, y, después de horas de prueba, renuncio, como también a las ganas imperiosas de tirar el general electric a la basura. Ante los ojos, gris como el cielo de este sábado y como el propio control universal, el panorama que promete este fin de semana dice uso manual o vía videocasetera: a todo aprende uno a resignarse. Las bombas, mientras tanto, siguen cayendo allá, deshacen lo que costó años y trabajo construir, y matan, cada vez matan más, y, según lo que se anuncia, no sólo a la agresión no piensan pararla sino el proyecto es llevarla a fondo, parece que con el ingreso de tropas, hasta el aniquilamiento total de Hezbollah, que, casualmente o no, no parece en nada afectado en su capacidad agresiva por tamaña blitzkrieg, como si la estrategia estadounidense-israelí fuera tan boba que no alcanza a percibir que aquellos a los que realmente aniquila son otros. Salvo que sí, que lo sepan y lo hagan igual, ellos sabrán por qué. Uno, entonces, escribe algo en un blog, firma y difunde declaraciones y, a solas en conversación con su mujer, se enfurece, putea, muestra desesperación, porque es realmente desesperación lo que siente, pero ellos, los que reciben las bombas y recibirán pronto a las tropas invasoras, o ya las están recibiendo, no sufren una desesperación como esta, sufren otra cosa. No sé en realidad qué o cómo sufren, no consigo imaginarlo ni podría por más que intentara. Anoche soñé que mi padre y mi madre, muertos hace un año y dos, respectivamente, no estaban muertos, los habían sacado de la tumba y estaban vivos aún, pero mal, y yacían en sendas camas de una clínica esperando el momento de morirse, esta vez sí, definitivamente, y yo me decía que haberlos creído muertos fue un sueño extrañamente real. No había nada siniestro ni dramático en la escena, hasta había algo de ternura en el modo en que mi madre, flaca, consumida, sin fuerzas, me miró y me dijo algo, no sé qué. Sólo había un aguardar que naturalmente las cosas ocurrieran cuando llegara el momento, tristeza, y no mucho más que esperar de nada.
22 julio 2006
Incapaz de funcionar el control del televisor y comprobado que no era un problema de pilas, hubo que recurrir al control de la video, que en comparación con el del televisor es incómodo, lento y no puede hacer nada con el volumen del sonido, tampoco prender ni apagar. Había que reparar el control y fui: en tres días lo hicieron, me dijeron que había quedado nuevo, pagué y, bastante satisfecho, lo traje y funcionó bien hasta hoy, tres días después, en que se muestra tan inútil como hace casi una semana. Hay garantía, pero es sábado a la tarde, así que hasta el lunes por lo menos la perspectiva es otra vez la video y tener que levantarse de la cama para subir o bajar el volumen o apagar. Urgente, a comprar entonces un control universal, General Electric, precio aceptable, acá cerca en la farmacia (en tiempos de globalización venden controles remotos en las farmacias). Lindo, se adapta bien a la mano, la verdad que muy cómodo, el problema es que no funciona, al menos con este televisor. Algo que tiene que ver con códigos según creo entender, pero las instrucciones para poner el código me confunden más de lo que me aclaran, puede que sea un impedimento generacional, y, después de horas de prueba, renuncio, como también a las ganas imperiosas de tirar el general electric a la basura. Ante los ojos, gris como el cielo de este sábado y como el propio control universal, el panorama que promete este fin de semana dice uso manual o vía videocasetera: a todo aprende uno a resignarse. Las bombas, mientras tanto, siguen cayendo allá, deshacen lo que costó años y trabajo construir, y matan, cada vez matan más, y, según lo que se anuncia, no sólo a la agresión no piensan pararla sino el proyecto es llevarla a fondo, parece que con el ingreso de tropas, hasta el aniquilamiento total de Hezbollah, que, casualmente o no, no parece en nada afectado en su capacidad agresiva por tamaña blitzkrieg, como si la estrategia estadounidense-israelí fuera tan boba que no alcanza a percibir que aquellos a los que realmente aniquila son otros. Salvo que sí, que lo sepan y lo hagan igual, ellos sabrán por qué. Uno, entonces, escribe algo en un blog, firma y difunde declaraciones y, a solas en conversación con su mujer, se enfurece, putea, muestra desesperación, porque es realmente desesperación lo que siente, pero ellos, los que reciben las bombas y recibirán pronto a las tropas invasoras, o ya las están recibiendo, no sufren una desesperación como esta, sufren otra cosa. No sé en realidad qué o cómo sufren, no consigo imaginarlo ni podría por más que intentara. Anoche soñé que mi padre y mi madre, muertos hace un año y dos, respectivamente, no estaban muertos, los habían sacado de la tumba y estaban vivos aún, pero mal, y yacían en sendas camas de una clínica esperando el momento de morirse, esta vez sí, definitivamente, y yo me decía que haberlos creído muertos fue un sueño extrañamente real. No había nada siniestro ni dramático en la escena, hasta había algo de ternura en el modo en que mi madre, flaca, consumida, sin fuerzas, me miró y me dijo algo, no sé qué. Sólo había un aguardar que naturalmente las cosas ocurrieran cuando llegara el momento, tristeza, y no mucho más que esperar de nada.