27 marzo 2009


Hay ciertos momentos en la vida política de un país, momentos extraños y sugerentes, en los que los diversos personajes que ocupan lugares destacados no ocultan sus intenciones. Sus intervenciones públicas son elocuentes y la lógica de sus intereses se pone inmediatamente de manifiesto. Esos momentos están signados, casi siempre, por la gramática de la conflictividad, gramática que lejos de ser antagónica con la democracia constituye uno de sus núcleos principales, la posibilidad de hacer públicos, de ofrecer con claridad, distintos proyectos de sociedad y de país en un momento histórico caracterizado por las profundas desigualdades y asimetrías sociales. Momentos en los que las palabras vuelven a adquirir significaciones intensas y en los que se desvela aquello que busca ocultarse; momentos en los que los actores van definiendo sus posiciones y, por más que algunos intenten camuflarlas, acaban por exponer lo que guardan en su interior. Momentos en los que las ideologías regresan y en los que algunas cosas pueden volver a ser dichas por sus nombres. Es el tiempo en el que la política puede volver a encontrarse con sus derechas y sus izquierdas, en el que la confrontación atraviesa de lleno la cuestión de la igualdad y de la distribución de la renta. (Ricardo Forster)