12 marzo 2013
La expresión “lucha por el poder” tiene entre nosotros una potencia evocativa muy fuerte. Arrastra memorias de ilusiones y tragedias. Es como un fantasma que debe exorcizarse o condenarse al eterno silencio. El poder es lo innombrable. No se debe nombrarlo porque de su conjuro brotan mágicamente la intolerancia, la violencia, el autoritarismo. Ese es el clima de ideas que acompañó la recuperación de nuestra democracia: era necesario enterrar el vocabulario que había inspirado la tragedia social más dura de nuestra historia. Pero el poder está siempre en disputa. La trama institucional de la democracia puede ser el reglamento que rija la contienda, pero no puede reemplazarla por una instancia absoluta de equilibrio y de consenso que, de conseguirse, eliminaría a la propia democracia y a la política en general. (Edgardo Mocca)