14 marzo 2013
Veo que mi relación con los textos que encuentro o me llegan, sobre todo con los textos poéticos, es cada vez más personal, literalmente. O me despiertan −por su sola presencia, por el modo de darse a ver, por algo que tienen ahí, en las palabras o con las palabras− un perceptible interés, unas ganas de frecuentarlos, de intercambiar y volver a ellos y mantener con ellos un diálogo, o percibo algo que “no va conmigo”. No vamos a entendernos, me digo, lo que no me impide valorarlos, reconocer cualidades, respetar eso que no concuerda con lo que me gustaría encontrar, ni me lleva a demonizarlos ni a acusarlos de nada ni a romper relaciones: me hago cargo, simplemente, de que falta cierto componente de las relaciones que en otros casos vuelve al texto necesario para mí. Por eso digo que es personal, porque así me pasa con las personas, independientemente de su condición, sus ideas, sus gustos, etc., aunque no del todo.