07 octubre 2008


El discurso que “se entiende” es por lo general un discurso que no ayuda a comprender: más bien lo contrario, entre otras cosas porque te propone un resultado, no un proceso. No es un discurso que aporte, es un discurso que aparta: te lleva a su propio lugar (su propio juego) vendiéndote la ilusión de que estás ahí, “en la cosa”, satisfactoriamente en contacto con eso que precisamente te vela. Paradojas: a más “transparencia” más pura discursividad desentendida de todo lo que no sea ella misma, atenta en todo caso, sí, a sus mecanismos para producir efectos en una audiencia o clientela, pero no, de ningún modo, a “eso” de lo que anuncia estar dando cuenta y que es precisamente lo que se le compra. Cuanto más transparencia simula un discurso, más lo que da es puro discurso que no se deja atravesar, autosuficiente, reacio a atenerse a cualquier cosa que pueda conmover la eficacia de la relación cosa-texto-lector que inventa y en que se sostiene. Y, por su parte, el discurso que “llega” y “atrapa” hace precisamente eso, atrapar: se dirige a una presa, a un objeto de conquista, no viene a intercambiar, no supone en el interlocutor un interlocutor sino una meta o un bien, es propio de alguien que no tiene nada que aprender, que no está dispuesto a aprender nada, como no sea nuevos modos de atrapar.