10 octubre 2008



La condición humana en el contexto de habitar el mundo, de poder emprender una historia y convivir en creación cultural colectiva, implicó la dimensión de un diálogo único. De una relación otra. De un vínculo de sentimiento e intelecto con lo trascendente. Con lo metafísico. Con la necesidad de ese absoluto que fijase las causas y la forma de los cursos: el por qué, el para qué, el cómo, cuestiones sentidas como imprescindibles a la vida. Pensar los dioses, pensar un dios más íntimo e irregresable en presencia, pensar un dios salvador, configuró para el pensamiento ilustrado el tiempo del mito, para otros el más majestuoso, sin parangón e infinito cobijo del hombre. Descifrar, en eso cósmico, que integraba como una partícula, el orden de su propia significancia y la necesidad inaudita de honrar la existencia expuso la altura de una conciencia tan in-creíble, que sólo un dios pudo otorgarla. Y ese sería el debate, o el Misterio. En todo caso, la pobreza y miserabilidad de nuestra época secular no puede arrogarse nada que esté por encima de esa respuesta primera. Se trata por eso de cuidar –aun los no creyentes– ese antiguo lenguaje sagrado con que el hombre le puso sentido, imaginación y capacidad de escucha de la zarza ardiente. Cuidarlo, más allá de que ese cuidado nos lleve a posturas que a lo mejor el pensamiento laico, científico, racionalista o progresista cuestiona, sabiendo en este tema que mucho de lo que hoy ese pensamiento letrado cuestiona o desconsidera, sería en realidad lo que importa. (Nicolás Casullo)