04 octubre 2008


Simplificar las cosas “para que se entiendan”: se puede llegar a entender sin problemas, entonces, “lo que se dice”, pero no por eso se va a comprender mejor qué es eso de lo que se está intentando dar cuenta. Al revés: se anula esa posibilidad, se la tapa, al vaciar su complejidad sustituyéndola por una fórmula engañosa. Peor que falsa, porque consuela y tranquiliza haciendo creer que se comprende, evitando el trabajo de enfrentarse a los problemas tal como reclaman ser encarados. En el mismo sentido, si, para convencer al otro, si, para ganar su adhesión, tengo que “impactar” o impresionar, si tengo que adoptar la lógica discursiva de los medios y la publicidad, todo está bien si lo que quiero es ganarlo para el mundo para cuyo sostén están diseñados la publicidad y los medios. Si, en cambio, lo que quiero es otra cosa, de qué valen los temas o la orientación ideológica de lo que estoy intentando transmitir, si apelo a la misma lógica que promueve el sistema al que me resisto y lo constituye. Si ese otro que tengo ante mi mente cuando escribo es alguien incapaz de pensar, incapaz de plantearse problemas, alguien a quien hay que tratar como un minusválido mental, no puede ser entonces un semejante, un hermano o un compañero. No me pidan entonces que escriba de esa manera, no esperen que los desprecie.