21 diciembre 2011


No perdamos tiempo, que no nos atrapen,/ no nos quedemos atrás, y, ¡por favor! no nos parezcamos/ a las bestias que se repiten, o algo como el agua/ o la piedra, cuyo comportamiento puede predecirse: tal/ es nuestra liturgia, cuyo mayor consuelo es la música/ que puede hacerse en cualquier parte, es invisible,/ y no tiene olor. En la medida que debemos considerar/ la muerte como un hecho, sin duda estamos en lo cierto./ Pero si hay perdón para los pecados, si los cuerpos se levantan de la muerte,/ estas modificaciones en la materia en/ atletas inocentes y gesticulantes fuentes,/ hechos solo para el placer, dicen algo más:/ a los benditos no les importará el ángulo del que se los mire,/ pues nada tienen que ocultar. Querido, yo no sé nada de/ una ni otra cosa, pero cuando intento imaginar un amor perfecto/ o la vida que vendrá, lo que oigo es el murmullo/ de corrientes subterráneas; lo que veo, un paisaje de piedra caliza. (Auden)