Como quien abandona las lanzas y destina/ Sus manos
a los árboles que se vuelven viviendas,/ Mis ojos, amarrados a relámpagos de
oro,/ Dejo caer ahora sobre la pobre mesa,/ Sobre la luz medida que ha inundado
mi casa,/ Sobre el silencio y la quietud que la acompañan,/ Y miran cómo sale
un sereno color,/ Una vida armoniosa y honda de sus cuerpos. (
Roberto Fernández
Retamar)