04 abril 2012


No, nunca hay valores superiores a la patria de la vida, al patriotismo del ser genérico del hombre. Una nación es un conjunto de hechos paradójicos. El liberalismo siempre estuvo por debajo de esa comprensión. El nacionalismo suprimió las paradojas haciendo predominar una continuidad maciza, sin fisuras, de una cultura que siempre vive tiempos aventurados e inciertos. Si el nacionalismo puede exponer su heráldica a la luz de un humanismo universalista que no le embargue, sino que le confirme a la Nación sus derechos, se encontrará un destino latinoamericano que no será sólo un legado ya fijado en el tiempo, sino redescubrimiento de una historia renovada en sus motivos y emblemas. […] Un liberalismo sin paradojas termina en un economicismo trivial, pero en el economicismo de los otros. La libertad de elegir es también con una interpretación de la tierra con su séquito sangriento, como dice Martí en su discurso sobre Bolívar. Es cierto que los únicos mandatos emergen de la sociedad democrática, pero las libertades colectivas no pueden surgir de la desvalorización de la sangre, pues lo que llamamos valores sólo pueden ser una sublimación libertaria de la memoria de los sacrificados. Los valores también son sobredeterminaciones de la autonomía espiritual de saber convertir a la sangre en razonamiento histórico, señalado por la libertad última de ser libres en naciones paradójicas. Una nación emancipada es la que conoce, trata y debate, como en un plebiscito cotidiano, todas sus paradojas. (Horacio González)