24 noviembre 2012


Notó que no se había tratado de que él hubiese pensado nada sino más bien de que había sido pensado por los pensares, por los frágiles y prepotentes pensares de su época./ A la luz del recuerdo que este colapso le fue lentamente iluminando, terminó por imaginar que la única forma legítima de conocimiento es aquella similar a la de los ciegos: por el tacto.  […] Conocer por el tacto: como el tacto particular de quien esto escribe reside en la invención de metáforas, decidió aplicar al arte los principios de las grandes tradiciones, capaces de iluminar más a fondo que cualquier estética intelectual. Pero esto es secundarlo. Lo que tal vez se pueda leer en las páginas que siguen es el intento de practicar el arte de volverse anacrónico para poder mirar ambas orillas y alcanzar así la vida en su plenitud. (H. A. Murena)