01 noviembre 2012
Quien escribe estas líneas arribó a la zona según el peculiar estilo de su vocación: leer, pensar, escribir. Llegó al descubrir que ese leer, pensar, escribir carecían incluso de la fortuita validez que les había atribuido: el llamado había sido nulo o acaso válido sólo para lograr que le comunicasen su propia nulidad. Porque se había entregado a múltiples de los pensares que su época le ofrecía. Para comprobar que de la noche a la mañana, con aceleración creciente, cada uno de esos pensares se tornaba no significante, caduco. Al cabo de muchos años de ese ejercicio diríase mecánico, y no por ello no angustioso, el fenómeno le dio que pensar acerca del pensar. Notó que no se había tratado de que él hubiese pensado nada sino más bien de que había sido pensado por los pensares, por los frágiles y prepotentes pensares de su época. (H.A. Murena)