20 agosto 2006


Koktebel, de Boris Khlebnikov y Alexei Popogrebsky. El cine como arte del escamoteo, de la omisión. La experiencia de mirar cine como un arte del dejar que sea. La sensación permanente, y que termina por volverse agradable, de no saber, de reconocer que no se sabe y tal vez nunca se sepa. Enfrentarse al hecho de no saber bien qué está ocurriendo en ese rectángulo donde las personas o las cosas se mueven o permanecen quietas en una ajenidad inaccesible, o qué es eso que ve (que bien podría ser, y a veces efectivamente es, otra cosa): uno entra de verdad en la propuesta, en lo mejor que tiene para ofrecer la propuesta, en el momento en que acepta no saber. En el momento en que, simplemente, acepta. Y uno descubre entonces que entre ver y saber qué se ve no hay una relación necesaria, que se puede ver aunque no se sepa (y hasta quizá ver mejor), y que saber no es una condición para habitar bien el mundo. La libertad o disponibilidad que da descubrir que no hace falta saber. Por lo menos no siempre, no tanto como solemos creer.