Hasta el
árbol que florece miente en el instante en que percibe su florecer sin la
sombra del espanto; hasta la más inocente admiración por lo bello se convierte
en excusa de la ignominia de la existencia, cosa diferente, y nada hay ya de
belleza ni de consuelo salvo para la mirada que, dirigiéndose al horror, lo
afronta y, en la conciencia no atenuada de la negatividad, afirma la
posibilidad de lo mejor. (
Theodor W. Adorno)