20 mayo 2013


Intento oponerle a ese entendimiento monolítico de lo monetario como eje supremo, el valor de la experiencia personal, que es algo completamente disfuncional en términos económicos, porque la podés usar y la seguís teniendo, es decir, es un bien que no se puede “gastar” y que depende de la imaginación de cada uno: el caudal que yo sea capaz de recuperar de mis experiencias personales para ponerlo al servicio de la editora está relacionado directamente con mi propia subjetividad. En la medida en que yo sea capaz de potenciar esas lecturas, esos encuentros, esos intercambios que forman parte de mi vida, puedo tener algo que aportar a la editorial: una poeta inédita y a quien tuve la suerte de conocer, un núcleo de amigos y colaboradores que están dispuestos a enriquecer el proyecto y enriquecerse ellos involucrándose en traducciones o diseños, etc. Quizás entre en lo que llamas “mercantilización de la experiencia”, está claro que la cultura del libro tiene mucho de fetichista, de todos modos. Pero lo que creo que hay que redistribuir es el placer que rodea a esa práctica, porque cuando una actividad no se puede apoyar en ese placer, y ese placer no está bien distribuido entre todas las partes involucradas en el proceso es cuando el único sostén conceptual de la actividad pasa a ser el capital. (Aníbal Cristobo)