09 septiembre 2006


Guerra a las estrategias discursivas que recurren a la sucia contaminación metonímica para imponer algo. Si A está cerca de B, y B cerca de C, A, B y C son lo mismo. Si X tiene algo que ver con Z, corresponde considerarlo igual que a Z, y si Z se opone a W en algún aspecto, Z y X aparecen opuestos a W en todo. Hay un desprecio radical a la inteligencia en esa operación, un aprovechamiento de algunos de los aspectos más burdos de nuestra subjetividad. Como si no fuéramos capaces de atender a lo singular de cada fenómeno, cada persona, cada texto, a sus facetas y sus contradicciones, sin por eso ignorar sus vínculos, sus parentescos, su ubicación en una determinada estructura o en un determinado juego de intereses. Somos bien capaces, pero los fulleros del discurso hacen todo lo que pueden para evitarlo, para que nos conformemos con asociaciones inmediatas, fútiles, fáciles de manipular como los perros de Pavlov.