17 mayo 2007


Liberado del yugo de la moral, el sexo ya no se vive como el correlato de un deseo sino como una prestación, una gimnasia, una higiene de los órganos que no puede conducir más que a un hastío mortífero. ¿Cómo gozar? ¿Cómo hacer gozar? ¿Cuál es el tamaño ideal de la vagina? ¿Cuál es la longitud correcta para un pene? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas parejas en una vida, en una semana, en un día, en un minuto? La psicología del condicionamiento y de la alienación sexológica o de intercambio nunca tuvo tanta fuerza como hoy. Tanto es así que asistimos a una amplificación de todas las quejas. Pues cuanto más se promete la felicidad y la seguridad ideal, más persevera la desdicha, más aumenta el riesgo y más se rebelan las víctimas de las promesas incumplidas en contra de aquellos que los han traicionado./ ¿Cómo no ver en esta curiosa psicologización de la existencia que ha ganado toda la sociedad, y que contribuye a la despolitización creciente, la expresión más solapada de aquello que Michel Foucault y Gilles Deleuze llamaron “un pequeño fascismo ordinario”, íntimo, deseado, querido, admitido y celebrado por aquel que a veces es su protagonista y otras veces su víctima? Un pequeño fascismo que nada tiene que ver, claro está, con los grandes fascistas, puesto que se desliza en cada individuo sin que éste se dé cuenta, sin que peligren los sacrosantos principios de los derechos humanos, del humanismo y de la democracia. (Élisabeth Roudinesco)