Desde los remotos orígenes de la cultura, las palabras de los humanos se han afanado por encontrar el camino directo y sin tropiezos al orden de las cosas; han buscado con insistencia la verdad en el decir y la correspondencia entre el nombre y lo nombrado. Tal vez la cultura, nosotros, no seamos otra cosa más que el producto de un fracaso, la extraordinaria y al mismo tiempo desoladora convicción de una imposibilidad: nada es igual a sí mismo, las correspondencias se disuelven mientras se multiplican las significaciones. Y de allí ha nacido una paradoja: soñamos, desde siempre, con articular el nombre apropiado, con encontrar el camino que nos regrese al hogar perdido en el comienzo de nuestra travesía por el tiempo y el lenguaje; y ese sueño desiderativo se ha convertido en energía y movimiento, en acción y transformación de nosotros mismos y del mundo. Nacidos de una carencia no hacemos otra cosa que buscar modificar nuestras circunstancias. (Ricardo Forster)
29 julio 2008
Desde los remotos orígenes de la cultura, las palabras de los humanos se han afanado por encontrar el camino directo y sin tropiezos al orden de las cosas; han buscado con insistencia la verdad en el decir y la correspondencia entre el nombre y lo nombrado. Tal vez la cultura, nosotros, no seamos otra cosa más que el producto de un fracaso, la extraordinaria y al mismo tiempo desoladora convicción de una imposibilidad: nada es igual a sí mismo, las correspondencias se disuelven mientras se multiplican las significaciones. Y de allí ha nacido una paradoja: soñamos, desde siempre, con articular el nombre apropiado, con encontrar el camino que nos regrese al hogar perdido en el comienzo de nuestra travesía por el tiempo y el lenguaje; y ese sueño desiderativo se ha convertido en energía y movimiento, en acción y transformación de nosotros mismos y del mundo. Nacidos de una carencia no hacemos otra cosa que buscar modificar nuestras circunstancias. (Ricardo Forster)
27 julio 2008
“Si me apuran, digo que Walsh es mejor que Borges”: Viñas, por supuesto. Si a mí, en cambio, me apuran, diría lo contrario, pero solamente si me apuran, sinó me cuidaría mucho, y no por precaución ni afiliación a la ideología de la tolerancia y la ecuanimidad: me cuidaría para dejar que funcionen las mediaciones y las relativizaciones necesarias, para no taparlas con ningún efecto inmediato. “En qué es mejor”, preguntaría primero, por ejemplo, o “para qué”, “en función de qué necesidades o preferencias”, “con qué escenario de fondo” (si por escenario se entiende una trama de intereses y conflictos). Dicho lo cual, si lo pienso, en ciertas condiciones también yo diría que es mejor Walsh, depende quién me apure, o, mejor, en respuesta a qué. O dónde y cuándo, y a propósito de qué. Lo que cuenta, en todo caso, es que no dijo Viñas que Walsh es mejor que Borges desde cualquier punto de vista, dijo que lo diría si lo apuran. ¿Estaba pidiendo que lo apuraran o que no lo hicieran? Más lo primero que lo segundo, seguramente, pero lo segundo también, o al menos lo puedo leer como si así fuera: una cosa es proferir afirmaciones bajo apuro y otra hacerlo sin que pese esa sombra. Y especialmente si entendemos que “apurar” no es sólo “apresurar” o “urgir” sino también “apremiar”, “hacer perder la paciencia”, más aun con la entonación de raigambre criolla que tan bién supieron explotar Viñas, Borges, Jauretche y Perón.
Interesante noción la de hablar en situación de apuro, y productiva. Al menos para considerar mucho de lo que se dice y circula en el campo literario (y otros). ¿No habrá sido apurado que Borges dio como ejemplo de literatura esencialmente argentina un poema en que Banchs habla de ruiseñores u otorgó el título de mayor poeta de este país a Ezequiel Martínez Estrada? Si lo primero se ve, porque prácticamente está explícito, como una operación contra localismos, criollismos y nacionalismos (y, en el fondo, un reclamo: “déjenme de joder, dejen que escriba lo que escribo”), en lo segundo bien puede entreverse una jugarreta casi sucia para desmerecer la obra ensayística de M.E., y, de paso, arrojar un manto de desdén sobre la más notoria poesía que se estaba escribiendo por esos años, en una muy borgiana jugada, no más británica que compadrita, y que ahí sigue en estos días opacos practicándose, como una norma sagrada, disponiendo qué es o qué no es atendible, ante una tropa de necesitados de saber contra quién se la agarra ahora Fogwill para saber qué les conviene pensar.
No es que una cosa sea mejor que la otra (hablar apurado o no): son distintas, y es lo bueno que tienen. Son dos zonas de uno las que hablan en cada caso, distintos modos que tiene uno de relacionarse con las cosas y las letras, por ende de valorarlas. ¿Habría entonces que aplicarle a lo que uno dice un cartelito, “esto lo estoy diciendo apurado”, “esto sin apuro”? Todo dicho o todo escrito viene en mayor o menor grado cargado con las circunstancias en que fue expresado, y no es secundario (tampoco indispensable, aunque a veces sí muy conveniente) tener en cuenta esa carga. Hacerse cargo de esa carga. ¿No es posible leer textos por lo que en sí tienen para mostrar, desatendiendo las circunstancias? Sí, poesía, lógica, matemática (y no siempre). No, en cambio, o casi nunca no, lo que se escribe o reflexiona sobre literatura, o sobre política: dos campos de reflexión que, vaya a saber por qué cosas que me estarán pasando, me resultan cada vez más parecidos, o análogos. ¿Quién habla cuando habla? ¿Desde dónde habla? ¿Qué oculta en ese hablar, qué está dando por supuesto? Tan importante al menos como tener muy en cuenta, en todos sus detalles y recovecos, qué es lo que por sí mismo se despliega y “habla en nombre de nadie” en esa articulación de frases que constituyen una escritura, no importa si materializada en papel o en bytes, o simplemente circulando, de una boca a un oido o a varios, por el aire.
26 julio 2008
El futuro de la religión es, en realidad, nuestro único posible futuro. Los problemas ecológicos y sociales se han vuelto hoy tan complejos que, como decía Heidegger, sólo un Dios nos puede salvar. Yo agregaría que sólo un Dios relativista, no absoluto, y tal vez ni siquiera único. Para mí habrá un futuro, y por lo tanto también habrá una posible transformación social, un auténtico acontecimiento histórico, si hay en la humanidad un auténtico comportamiento religioso. Pienso en el principio del cristianismo, la caridad; no en el dogma, no en las doctrinas de la Iglesia, que únicamente pueden contribuir al desencadenamiento de las guerras de religión. (Vattimo)
25 julio 2008
Aspera, despareja, escombrosa, incierta, incognoscible, ajena, traicionera: la tierra, tu casa, tu propia carne que marcha hacia la pudrición. Te tocó vivir en ella como si fuera el único paraíso que te puede ser dado, y lo es. Pero, animal de deseo, te rebelás, animal de palabras, querés que las cosas no sean lo que son, peleás, imaginás, planeás, hasta que te reventás contra la piedra de lo real, o el mal de las alturas te tira abajo o el sueño se disuelve, como cualquier sueño, y a caminar otra vez, y a amar ese único mundo en el que estás y estarás, hasta que el ángel o el demonio te toquen otra vez y vuelvas a negarte, a renegar y comprobar la dura consistencia de la materia. Ella, la tierra, tu carne, tu casa, te reclama eso, para ser lo que es: siempre distinta, siempre enemiga de sí misma, otra, como siempre vas a ser otro vos.
24 julio 2008
“Kleist es un idealista y, como todo idealista, exigente e implacable” (leído en un prólogo a La marquesa de O…). En ese sentido del término –no el filosófico, sino el corriente: alguien que se aferra a grandes ideales ("verdad", "fraternidad", "autenticidad", "libertad", "justicia", "plenitud", "amor al próximo") sin atender a las vulgares circunstancias ni valorar la sabiduría de habitar lo incierto e imperfecto–, ser “idealista” no es solamente erróneo, sino peligroso, y no únicamente para uno mismo. Te aisla del mundo real y te niega por lo tanto la posibilidad de moverte en ese mundo, te limita las posibilidades de pensar y percibir al decartar cualquier relativización, te embarga con cierto tipo de estupefaciente espiritual del que es muy difícil soportar después la abstinencia. A partir de ahi, puede fácilmente volverse una necedad que lleve al despotismo, la injusticia y/o el crimen: generalizado en los años 80 a través de dos flancos convergentes –por un lado, como semilla de estrechez totalitaria y desvarío, por el otro porque ser visto como idealista o algo así empezó a connotar otro adjetivo: pelotudo–, el rechazo a asumir ese modo de situarse ante el mundo sigue vigente, para bien y para mal. El problema es cuando lo que era un necesario reparo, un recaudo contra los cantos de sirena del narcisismo, se vuelve una forma de censura o represión, una indiferencia programada, un cinismo autoprotector. Ahogar cualquier posibilidad de que se haga escuchar el pequeño idealista que a uno se le activa cuando ciertas situaciones y ciertas experiencias le tocan el alma es tan bobo o empobrecedor como dejarle que tome el mando y nos programe todo lo que uno tiene que pensar y sentir.
22 julio 2008
Creo que, en muchos aspectos, la pasión es un modo de enfatizar la presencia, y por lo tanto una especie de comportamiento “metafísico”, como lo llamaría Heidegger. Naturalmente, no deseo una vida sin pasión, pero me parece que forma parte de la espiritualidad humana cierto modo nostálgico de mirar las pasiones. Pienso en los versos de Hölderlin tan citados por Heidegger: “Sólo en ciertos momentos soporta el hombre la plenitud divina./ Un sueño de ellos es luego la vida”. (Vattimo)
21 julio 2008
Cuando uno/ quedando a oscuras no comprende nada/ de lo que pasa aquí, en las relaciones/ entre el mundo y las cosas, el orgullo,/ lucidez y piedad se desmoronan/ como buscando un sitio que responda/ al sueño que merecen/ y justifique lo que se ha perdido./ Uno comprueba entonces/ sin júbilo y sin pena, pero sí/ con un poco de paz bajo la frente/ que el lugar del sentido está en el centro/ de lo que somos, una/ especie de retorno a la primera/ interrogación, una/ vuelta sosegada hacia el asombro. (Giannuzzi)
20 julio 2008
17 julio 2008
La derrota es mucho más que un reconocimiento de los límites de la lucha, es la renuncia definitiva a nuevas batallas, la despedida de todo aquello por lo que se ha peleado. Conlleva, incluso, la renegación de los objetivos sostenidos. Los derrotados se arrepienten no sólo de sus propias acciones sino incluso de aquello que los motivó a realizarlas. En esto consiste la derrota, porque se puede revisar el camino recorrido y los abismos a los cuales uno se asomó sin por ello renunciar a seguir caminando. (Silvia Bleichmar)
13 julio 2008
No nos espera nada, ningún futuro promisorio o que al menos te dé un poco de aliento, no te hagas ilusiones, no estés pendiente de eso, es perder el tiempo y gastar energía mental para nada. No hay ninguna estrella anunciadora de venturas en el horizonte, aunque tampoco es el abismo o la catástrofe lo que se anuncia, o más padecimiento y aguantarse apretando los dientes. Parecería, a primera vista, que hay más probabilidad de esto último, pero lo único seguro es que nada se puede asegurar: puede ser una cosa o la otra, o ninguna de las dos. No importa. Esa es la cuestión: no importa. La fuerza, la confianza, la mayor o menor cuota de fe que uno pueda encontrar no está en lo que a uno lo estaría aguardando ahí adelante sino en el propio trabajo, la sensación más o menos firme de que uno está haciendo lo que hay que hacer hasta donde puede, la decisión de no engañarse, la fidelidad a algunas cosas fundamentales, tener una idea básica de qué es lo que realmente uno quiere, la conciencia de las propias limitaciones y algún conocimiento del terreno. ¿En las cuestiones de la vida personal o en lo político? En los dos.
09 julio 2008
¿Hacer otra política entonces? Hacer otra y hacer esta. Hacer otra, haciendo esta. Renunciar a hacer esta para hacer la otra, es suicidarse o conformarse con admirar la impecable encarnación de una verdad incontaminada que le devuelve a uno el espejo. Hacer sólo esta, sin tener en cuenta la otra, es resignarse a que todo sea a fin de cuentas la repetición de lo mismo, aceptar el juego no porque no hay más remedio sino porque uno no quiere complicarse la vida. Ni ingenuos por ignorar las limitaciones que imponen las condiciones reales, ni ingenuos por no ver qué bulle detrás de esas condiciones reales, qué implica dar por sentado que lo que parece es tal como parece, que no hay ninguna otra cosa ahí.
08 julio 2008
Ciertas obras, cierta poesía, que voy a llamar “de vanguardia” nada más que porque prescinden de la protección de la tropa y se lanzan solas al descampado, sin que ningún código alcance para saber a qué van: Beckett, Vallejo, Pavlovsky, Coltrane, Elliott, el último Gelman, Lamborghini el viejo, Tarkovski, cierto Favio, Reygadas, Bustriazo, Oliva, Pessoa, Michaux, Angelopoulos, quizá Buñuel, algo de Godard, Van Gogh, Berni, Celan, Bacon. Modos de la irrupción de algo que no encuadra, que rompe el cuadro y despoja de significaciones acostumbradas a lo visible, que interroga por pura fuerza del acontecimiento inexplicable, material (pero de una materia con sentido, cierto que inabarcable, informulable, pero potente, quizá por eso mismo). Descascaramiento de la fachada burguesa que uno acepta como “el mundo” para subsistir con un mínimo de comodidad y sin ser demasiado asaltado por la angustia. “Burgués” dicho en el sentido en que lo usa Pasolini cuando habla de una “irrealidad burguesa”: no es sólo ocultamiento del conflicto de clases, es también, y sobre todo (e incluyendo el conflicto de clases, y al servicio de ciertos intereses de clase), el ocultamiento del espesor, la contradictoriedad y la intensidad despareja, corruptible y sucia de la vida, incluyendo en la vida a la muerte, claro. Un vivir en la veladura, de la veladura, para la veladura. “Sólo brumas” se llama la obra de Pavlovsky: la niebla espiritual o verbal o mental que se interpone, acolchona, hace de la vida una vida parcial, una representación tolerable de la vida, mentirosa, administrada. Burgués, desde esa perspectiva, es lo que no se anima a raspar la superficie, la resistencia a raspar. No ver, no hablar, no oir: hacer como que se ve, que se oye, que se habla, porque de lo contrario no podríamos entendernos. De no entendernos se trata, de renunciar a entendernos para acceder a “otra cosa”, que compartimos pero que no nos podemos comunicar. El acontecimiento artístico o poético, cuando se asume así, es ya mucho más que estético, sin dejar de serlo ante todo: es de algún modo religioso y místico, es –como se decía en los viejos tiempos– “existencial”, y es, por supuesto, y tomando con mucho cuidado esa palabra, político. La entrevisible posibilidad de otra política. Desalienada, no por una imposibible disolución de la alienación sino por una capacidad muy consciente y concreta de hacerse cargo de ella. No realizable, seguramente, como política práctica, pero presente como oscuro magnetismo de fondo, referencia, alerta ante cualquier tentación de engañarse en el embobamiento de lo que parece inmediato.
06 julio 2008
¿De qué se trata todo esto? ¿Qué están tratando de decirme? ¿Cómo debo entenderlo? Preguntas que hay que descartar en casos como este (aunque nunca es posible descartarlas del todo, por suerte, lo que aumenta la riqueza contradictoria de la experienca). Aguantar es lo que corresponde. Soportar, asistir, hacerse cargo, “gozar” quizá. No hay continuidad, no hay causalidad, no hay secuencia: actos, momentos, irrupciones, acontecimientos, tan verdaderos en su artificialidad como inexplicables, y, en eso, poéticos. En cierto modo, cierta vanguardia de los 50 y los 60 (y, sobre todo, la que viene de Beckett) anticipa la posmodernidad, o es su modelo. Nada que explique nada, nada que aspire a constituir relato: unidades rotas o fragmentos en contigüidad incierta. Pero no es posmoderno eso que se vive ahí, ante los oidos y los ojos, no al menos en el sentido habitual que se le da a “posmoderno”: lejos de cualquier evasión u ocultamiento del horror y el crimen, de la precariedad y la muerte, lejos de cualquier coexistencia sin conflicto y cualquier consideración displiscente, es eso –crimen, horror, muerte, precariedad, absurdo– lo que habla ahí, más desnudo que nunca, sin que sepamos nunca del todo qué quiere decir: se dice a sí mismo, y en ese decirse nos pone ante la situación decisiva: ¿nos dice?
05 julio 2008
Es una obra sobre la brumosidad de lo cotidianeidad./ La monstruosidad de lo cotidiano. Lo cotidiano de lo monstruoso./ Esta obra […] nos lleva por la maquinaria rítmica de los personajes que se muestran comunes, reconocibles, pero envueltos en una bruma que los transforma en excepcionales./ […] Nos invita a recorrer lo macabro de la cotidianeidad en un mundo de indiferencia, y en un país donde las circunstancias socio-históricas parecen marcar que lo macabro es tan cotidiano como los 25 niños que mueren por día en la Argentina por causas evitables. Dejando momentáneamente el juicio, este recorrido es posible. (Del programa de Sólo Brumas, de Pavlovsky, con dirección de Brisky)
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