25 julio 2008


Aspera, despareja, escombrosa, incierta, incognoscible, ajena, traicionera: la tierra, tu casa, tu propia carne que marcha hacia la pudrición. Te tocó vivir en ella como si fuera el único paraíso que te puede ser dado, y lo es. Pero, animal de deseo, te rebelás, animal de palabras, querés que las cosas no sean lo que son, peleás, imaginás, planeás, hasta que te reventás contra la piedra de lo real, o el mal de las alturas te tira abajo o el sueño se disuelve, como cualquier sueño, y a caminar otra vez, y a amar ese único mundo en el que estás y estarás, hasta que el ángel o el demonio te toquen otra vez y vuelvas a negarte, a renegar y comprobar la dura consistencia de la materia. Ella, la tierra, tu carne, tu casa, te reclama eso, para ser lo que es: siempre distinta, siempre enemiga de sí misma, otra, como siempre vas a ser otro vos.