¡Quién me concediera oir
de alguien la voz humana/ Confesando no un pecado sino una infamia;/ Contando,
no una violencia, sino una cobardía!/ No, son todos el Ideal, si los oigo y me
hablan./ ¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que una vez fue vil?/
Oh príncipes, mis hermanos,// ¡Arre, estoy harto de semidioses!/ ¿Dónde hay
gente en este mundo?// ¿Entonces sólo soy yo el que es vil y equivocado en esta
tierra? (Pessoa)