30 noviembre 2006


Hay una raza oblicua de cantores urgidos/ por escuchar el coro que su nombre clame/ y ver su monumento con segura certeza./ No es la confianza la invisible matrona que los guarda/ desde su inquieta cuna; no prescinden, no esperan,/ y en vez de fe tienen argucias, comprobada creencia/ en mecánica y facticia causación de su hora;/ aquella que por gravitación natural del madurado canto/ debiera procurarles fruto dulce siempre,/ mas jamás tardío, porque anticipadamente goza y sabe/ quien cabal segregó su honrada perla,/ o talló su diamante en la hora del prolijo desvelo,/ y en su Horacio aprendió severa temperancia y orgullosa espera,/ que en el inevitable día un trozo de su canto/ surgirá oportuno cualquiera fuese la hora, el mes, el siglo,/ como tableta babilónica/ de cuneiformes huellas prietas como si pájaros fabuladores/ en barro caminado hubieran su Gilgamesh invicto/ también para la muerte,/ puesto que aquí resuena su enmudecido nombre/ en cuanto un hombre de pasión y paciencia/ cava olvido, para reconocerse en sus ancestros. (César Mermet, de “Reverencia a Orfeo”)

29 noviembre 2006


Snobismo y tecniquerías (III). Una de las definiciones de “snob”: “persona con pretensiones sociales, desdeñosa de los que considera inferiores y aduladora de los que tiene por superiores”. Y de “snobismo”: “admiración injustificada por todo lo que dicta la moda, particularmente en cuestiones artísticas.”

28 noviembre 2006


Todo texto literario, tal como quiero entender a esa palabra, “literario”, es un texto crítico. Respecto de la cultura, la sociedad y/o la condición humana, desde ya. Y también, claro, tácitamente, de otros textos (aunque más no sea por el hecho de darse a leer en el mismo universo en que están dados a leer esos textos, en juego con ellos, se quiera o no), lo que me parece tan obvio que no merece casi atención. Pero en lo que en realidad estaba pensando cuando escribí que un texto literario "es crítico", es en que primero que todo, y por encima de todo, es crítico de sí mismo. Supone en su nacimiento o en su razón de existir una preocupación crítica puesta en lo que el texto ofrece, sea en la elección de las palabras y los procedimientos o en las cuestiones puestas en juego. Que el autor tome nota o no de que lleva a cabo operaciones críticas es accesorio, lo que cuenta es que lo haga. Y que lo haga no quiere decir que ande desvelándose por mostrar que lo hace, fuera del texto o, peor, en el texto mismo: fulbito para la tribuna, coartada de impotentes y/o tilingos. Aunque no cuando esa mostración es también crítica, realmente crítica, no obediente a algún edicto de los canonizadores de turno o los instituidores de gusto: disconforme, inconforme, sabedora de que no hay respuesta que alcance.

27 noviembre 2006


Tecniquerías”. En general, con el sentido que le daba Borges al término en “La supersticiosa ética del lector”: “La condición indigente de nuestras letras, su incapacidad de atraer, han producido una superstición del estilo, una distraída lectura de atenciones parciales. Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. Son indiferentes a la propia convicción o propia emoción: buscan tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que les informarán si lo escrito tiene el derecho o no de agradarles. (…) Subordinan la emoción a la ética, a una etiqueta indiscutida más bien.”

26 noviembre 2006


En el segundo libro de La democracia en América (1840), Tocqueville fue uno de los primeros en diagnosticar estos síntomas. Su tesis es que los Estados Unidos representan tan sólo la anticipación de una forma de vida destinada a propagarse por todo el planeta, el espejo en el que Europa puede contemplar ya su futuro. El nuevo régimen de las pasiones y de los deseos Tocqueville lo vincula a una permanente insatisfacción, que trata de aplacarse mediante la compra obsesiva de bienes materiales. Este no hace con ello sino seguir ese afán adquisitivo que –desde Platón en adelante– fue condenado a menudo como típico de la parte más baja del alma y de las capas más despreciables de la sociedad. (...)
En la joven democracia norteamericana la persecución imparable de la igualdad se suma (...) a la emulación y al rechazo de las distinciones de grado, a la carrera por el éxito y a la hipertrofia de la fiebre de consumo, pasión que corre el riesgo de ahogar cualquier otra. Sólo que, lejos de conducir a la felicidad, esa ansia exclusiva aparece en Tocqueville teñida de una sutil melancolía: en su honesto materialismo, los norteamericanos pensarían más en los bienes que aún no poseen y en la brevedad del tiempo para disfrutar de ellos que en un goce real.
Con la esperanza de llegar a aplacar esta extraña inquietud y de garantizar mejor la consecución de la felicidad, confiarían por tanto en un despotismo suave que (al precio de la manipulación de los deseos y del mantenimiento de los ciudadanos en un estado de minoridad política perpetua) permitiría situarse a todos en un universo social en el que cada uno cree estar –como el sol– en el centro de un sistema tolemaico pluralista: Veo una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes, que no hacen sino girar sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres, con los que llenan su alma. Cada uno de ellos, apartado de los demás, vive como extraño al destino ajeno, y sus hijos y amigos constituyen para él toda la raza humana; en cuanto al resto de sus conciudadanos, aunque vive a su lado no los ve; los toca pero no los siente; no existe más que él y para él.
Políticamente atormentados entre dos pasiones contrapuestas, atrapados entre la necesidad de ser iguales y el deseo de permanecer libres, los norteamericanos no consiguen decidirse, en definitiva, ni por la dependencia ni por el autodominio. El aislamiento recíproco se resuelve en una sustancial parálisis de la voluntad y –nuevamente– en tibieza emotiva, en tanto que la incierta satisfacción de la necesidad de seguridad se logra al precio de una sustancial apatía y de la renuncia a la autonomía de pensamiento: por encima de éstas se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga por sí solo de asegurarles el disfrute de sus bienes y de velar por su suerte. Absoluto, minucioso, sistemático, previsor y benigno, se asemejaría a la autoridad paterna si, como ésta, tuviese por fin preparar a los seres humanos para la edad de hombre; pero, por el contrario, no persigue sino retenerlos irrevocablemente en la infancia; se muestra contento de que los ciudadanos se diviertan, con tal de que no piensen sino en divertirse. Se esfuerza gustosamente por asegurar su felicidad, pero pretende ser su único agente y su único arbitro; les proporciona seguridad, prevé y garantiza sus necesidades, facilita sus placeres, guía sus principales negocios, dirige su industria, regula sus sucesiones, reparte sus herencias; ¿por qué no habría de ahorrarles el fastidio de pensar y el esfuerzo de vivir?»
(Remo Bodei, Una geometría de las pasiones)

25 noviembre 2006


Qué pasa cuando se prueba cómo sería estar en el mundo sin esperar respuestas, sin tener que defenderse ni que imponer nada. No es que se pueda, lo que se puede es tratar. Qué se abre cuando uno persiste en el intento un tiempo suficiente como para empezar a ver con cierta amable distancia lo que hasta entonces le importaba, y le seguirá importando seguramente.

24 noviembre 2006


Qué es lo que se empieza a oir cuando uno deja de escuchar las voces que vive escuchando, tal vez sin darse cuenta, como si de esa dependencia estuviera constituido el mundo.

23 noviembre 2006


Nula entra en ella explorando, como con una sonda sensible y vibrátil, la selva oscura de sus vísceras, atravesando el silencio laborioso de los órganos que sostienen, con su disciplina exacta y continua, a causa de algún designio inexplicable, las formas atrayentes que, durante un cierto tiempo, antes de disgregarse en la negrura para cederles el paso a las nuevas que pugnan por salir, espejean, fugitivas, en la luz del día. (Saer, La grande)

22 noviembre 2006


En tiempos en que la experiencia ha sido erradicada del horizonte de cuestiones atendibles, se explica que la poesía ya no sea pensada como experiencia –algo que se vive, algo que le mueve algo a uno, que desata en uno sentidos y hasta quizá deje alguna marca– sino como “fenómeno a estudiar” desde, por ejemplo, la sociología, la antropología, la lingüística o la historia. No está nada mal que la sociología, la lingüística, la antropología o la historia se ocupen de la poesía o de cualquier otra cosa: lo que convendría revisar es lo que ocurre cuando los datos que esas indagaciones aportan se toman como indicios de valor poético y se empieza entonces a escribir y leer para cumplir con "la realidad", porque de verdad se cree que eso es leer y escribir o por temor a quedar como el que se puso en la playa el modelo de short que se usaba el verano pasado. No es una regla general, pero la gran poesía suele escribirse por fuera de lo que se supone que manda hacer literariamente “la época”: Macedonio, Ortiz, Giannuzzi, Lamborghini (Leónidas), Mermet, Zelarayán, Bustriazo, Escudero, por nombrar sólo casos argentinos.

21 noviembre 2006


La «destrucción creativa» es el modo de proceder de la vida líquida, pero lo que ese concepto silenciosamente pasa por alto y minimiza es que lo que esta creación destruye son otras formas de vida y, con ello, indirectamente, a los seres humanos que las practican. La vida en la vida moderna líquida es una versión siniestra de un juego de las sillas que se juega en serio. Y el premio real que hay en juego en esta carrera es el ser rescatados (temporalmente) de la exclusión que nos relegaría a las filas de los destruidos y el rehuir que se nos catalogue como desechos. (Zygmunt Bauman, Vida líquida)

20 noviembre 2006


Mejor perder que ganar, a veces. No estoy pensando en victorias pírricas: digo que no siempre quien se alegra de verse derrotado lo hace a la manera de la zorra, que dice "estaban verdes" de las uvas que no alcanza. Hablo de darse por vencido o retirarse al descubrir que ya la elección del campo y las armas implicaban perder más que ganar en lo que a uno de verdad le importa, aun cuando se gane. O cuando seguir en la batalla lo lleva a uno a convertirse en cierta clase de persona que no quiere ser; o queda a la vista que lo que realmente está en juego no es lo que uno creía, es otra cosa. No necesariamente menos atractiva, y muy probablemente más, como suelen ser atractivas esas trampas en las que uno se mete para quedarse enredado y en el trajín olvidarse de lo que, más árido y opaco, le venía reclamando un compromiso fuerte o de verdad riesgoso y/o un trabajo duro, ciertamente menos agradable que los efectos de la adrenalina entre el ir y venir de la refriega.
Pero, otras veces, no: otras veces, uno nomás perdió porque no fue capaz, por algún motivo, de ganar. Y bueno, qué se le va a hacer: tomar nota, sacar alguna enseñanza si fuera posible y bancársela. No va a ser la primera ni la última vez, aunque quién sabe.

19 noviembre 2006


La vida en una sociedad moderna líquida no puede detenerse. Hay que modernizarse –léase: desprenderse, día sí, día también, de atributos que ya han rebasado su fecha de caducidad y desguazar (o despojarse de) las identidades actualmente ensambladas (o de las que estamos revestidos)– o morir. Azuzada por el terror a la caducidad, la vida en una sociedad moderna líquida ya no necesita –para salir impulsada hacia delante– del tirón que ejercían aquellas maravillas imaginadas que nos aguardaban en el final lejano de los esfuerzos modernizadores. Lo que se necesita ahora es correr con todas las fuerzas para mantenernos en el mismo lugar, pero alejados del cubo de la basura al que los del furgón de cola están condenados. (Zygmunt Bauman, Vida líquida)

18 noviembre 2006


Es un hecho bien conocido que el botón de “Cerrar la puerta” en muchos ascensores es un placebo sin utilidad, dispuesto en el lugar sólo para darle a los individuos la impresión de que participan de algún modo, contribuyendo a la rapidez de la jornada del ascensor –cuando apretamos ese botón, la puerta se cierra exactamente al mismo tiempo que cuando apretamos el botón que indica el piso sin “apurar” el proceso por el hecho de apretar también el botón de “cierre la puerta”. Este caso extremo de falsa participación es una apropiada metáfora de la participación de los individuos en nuestro proceso político “postmoderno”... Por supuesto, la respuesta postmoderna a esto sería que el antagonismo radical emerge sólo a medida que la sociedad es aun percibida como totalidad –¿no fue acaso Adorno quien dijera que contradicción es diferencia bajo el aspecto de identidad? De modo que la idea es que con la era postmoderna, el retroceso de la identidad de la sociedad involucra simultáneamente el retroceso del antagonismo que parte en dos el cuerpo social –aquello que recibimos a cambio de esto es el Uno de la indiferencia como el medio neutral en el cual la multitud (de estilos de vida, etc.) coexiste. La respuesta de la teoría materialista a esto es demostrar cómo este verdadero Uno, este territorio en común en el que múltiples identidades florecen, reposa de hecho en determinadas exclusiones, y está sostenido por un invisible quiebre antagónico.
(…)
Desde esta perspectiva, incluso la defensa neoconservadora de los valores tradicionales se ve bajo una nueva luz: como la reacción contra la desaparición de la normatividad ética y legal, la cual es reemplazada gradualmente por regulaciones pragmáticas que coordinan los intereses particulares de distintos grupos. (…) Uno está tentado de poner en uso aquí el viejo término levistraussiano de “eficiencia simbólica”: la apariencia de egaliberté es una ficción simbólica que posee una eficiencia propia concreta –uno debería resistir la adecuada tentación cínica de reducirla a una mera ilusión que permita una actualidad distinta. (…)
Hoy en día, cada vez más, el aparato cultural económico mismo, para reproducirse en las condiciones de competitividad del mercado, no sólo precisa tolerar, sino directamente incitar efectos y productos de choque cada vez más fuertes. Baste recordar recientes tendencias en las artes visuales: ya pasaron los días en los que teníamos sencillas estatuas o cuadros enmarcados –lo que tenemos ahora son exposiciones de marcos mismos sin pinturas, exposiciones de vacas muertas y sus excrementos, videos del interior del cuerpo humano (gastroscopías y colonoscopías), inclusión de olores en la exposición, etc. Nuevamente aquí , como en el dominio de la sexualidad, la perversión ya no es subversiva: los excesos chocantes son parte del sistema mismo, el sistema se alimenta de ellos para reproducirse a sí mismo. (…)
¿Qué sucede si el “honesto” héroe del reciente film de Lynch [Una historia simple] es efectivamente más subversivo que los excéntricos personajes que poblaban sus películas anteriores? ¿Qué si en nuestro mundo postmoderno en el cual el compromiso ético radical es percibido como ridículamente fuera de tiempo, él es el verdadero marginal? Uno debería recordar aquí la vieja anotación de G.K. Chesterton en su A defense of Detective Stories, sobre que el relato de detectives “recuerda previamente en cierto modo que la civilización misma es el más sensacional de los comienzos y la más romántica de las rebeliones. Cuando el detective en un policial se queda solo y de algún modo tontamente valeroso entre los cuchillos y los puños de un hueco de rateros, sin duda sirve para recordarnos que es el agente de la justicia social aquel que representa la figura original y poética, mientras que los ladrones y salteadores son meros, plácidos y arcaicos conservadores, felices en la inmemorial respetabilidad de simios y lobos. [La novela policial] se basa en el hecho de que la moralidad es la más oscura y atrevida de las conspiraciones.” (Slavoj Žižek, Bienvenidos al desierto de lo real)


17 noviembre 2006


En una sociedad moderna líquida, la industria de eliminación de residuos pasa a ocupar los puestos de mando de la economía de la vida líquida. La supervivencia de dicha sociedad y el bienestar de sus miembros dependen de la rapidez con la que los productos quedan relegados a meros desperdicios y de la velocidad y la eficiencia con la que éstos se eliminan. En esa sociedad, nada puede declararse exento de la norma universal de la «desechabilidad» y nada puede permitirse perdurar más de lo debido. La perseverancia, la pegajosidad y la viscosidad de las cosas (tanto de las animadas como de las inanimadas) constituyen el más siniestro y letal de los peligros, y son fuente de los miedos más aterradores y blanco de los más violentos ataques. (Zygmunt Bauman, Vida líquida)

13 noviembre 2006


Snobismo y tecniquerías. Dos conceptos en desuso que me gustaría reponer para cuando se habla de literatura. No para pensar la literatura (nada tienen que ver con la literatura, como no sea en el sentido institucional del término) sino para ver en qué se sostienen o a qué apuntan muchos de los discursos que entornan la producción literaria y median no tanto en su recepción –aunque también– como en su circulación y en la pugna en torno de cuáles obras, cuáles autores y cuáles criterios recibirán el sello de “atendible” o “autorizado”.

11 noviembre 2006


No confundas la noche con tu noche, la bruma/ con tu bruma./ Bebe tu soledad, camina/ por las altas cornisas donde la angustia llueve/ a veces./ Piénsate vencido./ Noche y bruma, así, sin adjetivo, son otras./ Otros cuerpos habitan sus dominios, no/ tu noche: ella jamás podrá dejar sus ruinas/ en el jardín ajeno, en el corazón algo turbio de los otros./ No confundas la noche que vives con la noche./ Es tuya solamente: antigua propiedad que odias a veces. (Manuel Rico, gracias Norberto Trinchieri)

10 noviembre 2006


En realidad, son dos desconocidos, y a pesar de la habilidad con que son capaces de intercambiar las frases que el otro juzgará adecuadas, exactas, inteligentes, etcétera, lo que podrían llegar a saber cuando la opacidad respectiva que los atrae mutuamente se disipe, los inquieta un poco. Quizás esa aprensión les venga, como ocurre con frecuencia, de no haber comprendido todavía que el enigma atrayente que creen percibir en el otro viene de que lo asocian sin saberlo a algo que quisieran volver a poseer porque, desde hace mucho tiempo, lo han extraviado en algún pliegue ya inaccesible de sí mismos. (Saer, La grande)

09 noviembre 2006


Harto de que las cosas se presenten “como son”, harto de no engañarme. La vida tiende a volverse insoportable, al menos si los principales intereses de uno están puestos en el pensamiento y la literatura.

06 noviembre 2006


Cielo increíblemente azul y viento. Los cuerpos y las superficies brillan, como si despidieran una luz dorada, se agitan las ramas del fresno. ¿La vida sigue? No sé. O sí sé: sigue, justamente ese es el problema.

05 noviembre 2006


Lo poco que Nulla sabe de él lo vuelve sin duda enigmático, pero con cierta ironía se dice que después de todo hasta de aquello que nos es familiar sabemos poco, por la simple razón de que nos hemos resignado a olvidarnos de su parte misteriosa. Cuantitativamente, se dice, pero sin que una sola palabra coopere con su pensamiento, sé tan poco de él como de mí mismo. (Juan José Saer, La grande)

03 noviembre 2006


En “Edad de Oro para intelectuales” (Página 12 de ayer), escribe Noé Jitrik que percibe entre los intelectuales argentinos una nostalgia de una Edad de Oro “en que el pensamiento y la acción estaban casados ante Dios y la ley”. Inventamos una Edad de Oro para llorar su pérdida, dice, y si bien considera indiscutible que “el intelectual tiene responsabilades frente al malestar social”, también piensa que ese apego quizá adictivo al llanto o la rabieta se respalda en un malentendido, una oposición falsa, que Jitrik desarma haciendo notar que el pensamiento y la contemplación constituyen “un modo de la acción” y recordando que la idea de acción es equivalente a la de poiesis, y ambas suponen un “hacer”. Está bien, estoy de acuerdo, pero no basta: hay un aspecto importante, quizá central, de la instatisfacción que Jitrik llama no sin razón "nostalgia" que en su conclusión sigue quedando soslayado. Voy a intentar plantearlo: aunque destinada a la no resolución, la nostalgia de un encuentro más o menos armonioso entre el pensamiento y la acción, de una transmutación del pensamiento en acción, es constitutiva del trabajo intelectual. Y no a pesar de que esa nostalgia nunca se resuelve, sino porque nunca se resuelve. Como el deseo, diría, sin estar nada seguro de no estar metiendo mal las patas en los dominios de Lacan y Freud. No hay verdadero trabajo intelectual sin el apremio, aun tenue o inadvertido, de la evidencia de una falta, en los dos sentidos del término “falta”: se quiere cambiar el estado de cosas, se necesita incidir, dejar una marca, y aunque no se pueda, y aunque muchas veces se lo sepa, ningún intelectual se pondría a pensar o crear si no fantasara con que algo en la especie humana o en una comunidad va a dejar de ser como era, algo va a precipitarse, a partir de esa intervención, así sea secreta o solitaria. ¿Ningún intelectual? Bueno, habría que ver a qué es lo que uno está intentando aludir cuando acepta en su vocabulario esa percudida fórmula, “el intelectual”.