10 noviembre 2006


En realidad, son dos desconocidos, y a pesar de la habilidad con que son capaces de intercambiar las frases que el otro juzgará adecuadas, exactas, inteligentes, etcétera, lo que podrían llegar a saber cuando la opacidad respectiva que los atrae mutuamente se disipe, los inquieta un poco. Quizás esa aprensión les venga, como ocurre con frecuencia, de no haber comprendido todavía que el enigma atrayente que creen percibir en el otro viene de que lo asocian sin saberlo a algo que quisieran volver a poseer porque, desde hace mucho tiempo, lo han extraviado en algún pliegue ya inaccesible de sí mismos. (Saer, La grande)