28 noviembre 2006


Todo texto literario, tal como quiero entender a esa palabra, “literario”, es un texto crítico. Respecto de la cultura, la sociedad y/o la condición humana, desde ya. Y también, claro, tácitamente, de otros textos (aunque más no sea por el hecho de darse a leer en el mismo universo en que están dados a leer esos textos, en juego con ellos, se quiera o no), lo que me parece tan obvio que no merece casi atención. Pero en lo que en realidad estaba pensando cuando escribí que un texto literario "es crítico", es en que primero que todo, y por encima de todo, es crítico de sí mismo. Supone en su nacimiento o en su razón de existir una preocupación crítica puesta en lo que el texto ofrece, sea en la elección de las palabras y los procedimientos o en las cuestiones puestas en juego. Que el autor tome nota o no de que lleva a cabo operaciones críticas es accesorio, lo que cuenta es que lo haga. Y que lo haga no quiere decir que ande desvelándose por mostrar que lo hace, fuera del texto o, peor, en el texto mismo: fulbito para la tribuna, coartada de impotentes y/o tilingos. Aunque no cuando esa mostración es también crítica, realmente crítica, no obediente a algún edicto de los canonizadores de turno o los instituidores de gusto: disconforme, inconforme, sabedora de que no hay respuesta que alcance.