Mejor perder que ganar, a veces. No estoy pensando en victorias pírricas: digo que no siempre quien se alegra de verse derrotado lo hace a la manera de la zorra, que dice "estaban verdes" de las uvas que no alcanza. Hablo de darse por vencido o retirarse al descubrir que ya la elección del campo y las armas implicaban perder más que ganar en lo que a uno de verdad le importa, aun cuando se gane. O cuando seguir en la batalla lo lleva a uno a convertirse en cierta clase de persona que no quiere ser; o queda a la vista que lo que realmente está en juego no es lo que uno creía, es otra cosa. No necesariamente menos atractiva, y muy probablemente más, como suelen ser atractivas esas trampas en las que uno se mete para quedarse enredado y en el trajín olvidarse de lo que, más árido y opaco, le venía reclamando un compromiso fuerte o de verdad riesgoso y/o un trabajo duro, ciertamente menos agradable que los efectos de la adrenalina entre el ir y venir de la refriega.
Pero, otras veces, no: otras veces, uno nomás perdió porque no fue capaz, por algún motivo, de ganar. Y bueno, qué se le va a hacer: tomar nota, sacar alguna enseñanza si fuera posible y bancársela. No va a ser la primera ni la última vez, aunque quién sabe.