10 diciembre 2006


Cuando la palabra “genio” está proscripta de cualquier vocabulario respetable, y hasta sorprenderse pensando en que podría existir algo así como "el genio” lo lleva a uno a autocriticarse, a ver si, lejos de la bendición de los administradores de Duchamp y Puig, cae en el descrédito o el bochorno. Y cuando el lugar que antes ocupaba el genio (Tarkovski o Cezanne, digamos, o Faulkner, o Van Gogh o Fritz Lang, o Monk) lo ocupa el extravagante, aunque no se resguarde en ese rótulo sino en el de freak o el que para el caso convenga a su negocio o al de los que hacen negocio con él. Síntomas de una época en que la única alternativa estaría en resistir, o quedarse en casa leyendo antiguallas y haciendo apuntes para nada.