08 diciembre 2006


Destilar tu lentísima perla,/ engendrar un aro nuevo en tu viva madera, año por año,/ añejar tu vino, después de acodo, riego,/ cosecha y doloroso lagar,/ y secreto oscuro en honda y fresca sombra y serena clausura,/ ése es tu asunto./ Llegar a seca caridad no complaciente ni conmiserativa/ sino eficaz, y olvidadiza, como de otro,/ escuchar al transparente Mozart/ una vez cada tanta tentación al júbilo estridente/ o a la lamentación furiosa;/ eso te pido, no te incito, te ruego./ Y no porque de ti se cuente la ardua hazaña mañana,/ sino para que feliz cumplas/ con ser aquello que tu índole marcaba,/ haciendo don de ti a tu don/ y haciendo de tu cantante don/ no solamente obra conclusa,/ sino creadora de tu ser interminable,/ de cuyo escaso gramo de oro cierto,/ un verso breve,/ misterioso fragmento por mutilado hermoso y recordado,/ se salvará de tanto vano diario,/ diligente verso puesto al día,/ y tanta noticiosa y rugidora oda. (César Mermet, de “Reverencia a Orfeo”)