24 octubre 2012
Urdir palabras es tarea de poetas pero también de falseadores, como las estratagemas de los estrategas o como la superchería de lo real. Alienarse en la materia, ser uno mismo la materia que se denuncia en los poemas, es restituirse a la confiabilidad de la piedra sin escándalo, a la fosilización sin estremecimientos, a la dura eficacia de lo que yace, pero tarde o temprano, la urdimbre humana provocará siempre un desplazamiento, una sombra, o quizá un destello, un atributo -y la calificación adjetiva es siempre incómoda para la sustancia, la hace andar, moverse, proliferar, y la proliferación se afirma. ¿Pero si el fondo de la materia -y es una manera de decir- atribulada por las inflexiones de la poesía es la inexplicable y sólida madera de la materia? ¿Si las inconfortables y necias palabras no comprometieran su competencia con lo real sino con la futileza de toda enunciación, si tomamos como término de comparación el dolor o el amor? (Nicolás Rosa)